viernes, 23 de octubre de 2015

¿Qué sabemos de la Fealdad?

Entre las grandes cabezas del pensamiento europeo son pocas las que como Umberto Eco han triunfado en todo cuanto se han propuesto. Nacido el cinco de enero de mil novecientos treinta y dos en la urbe italiana de Alessandria, su educación en un instituto de los salesianos le dejó una huella que se puede rastrear en diferentes puntos de su obra. En el mes de septiembre de mil novecientos sesenta y dos se casó con la alemana Renate Ramge, una maestra de arte con la que ha tenido un hijo y una hija y una relación marital que, a pesar de sus puntos de fuga, semeja haber sido muy provechosa.

Tras estudiar en la Universidad de Turín filosofía medieval y literatura -su padre deseaba que estudiara derecho- empezó a trabajar para la Radiotelevisione Italiana (RAI) y enseñó en la Universidad de Turín (mil novecientos cincuenta y seis-sesenta y cuatro). En mil novecientos cincuenta y seis, publica su tesis sobre Beato T. y 3 años después un libro sobre la estética medieval. En mil novecientos cincuenta y nueve, con el servicio militar cumplido, deja la RAI y comienza su trabajo como editor senior para no ficción de la editorial Bompiani en M.. Si bien dejó su trabajo en mil novecientos setenta y cinco, su buena relación con Bompiani se ha mantenido a lo largo del tiempo. Catedrático en la Universidad de Bolonia, su esencial tarea en el desarrollo de la semiótica es muy conocido. Al lado de su larga lista de publicaciones, la de premios y honores es asimismo inacabable.

Con 76 años recién cumplidos Umberto Eco prosigue deslumbrando con su lucidez, su coquetería y su ingente conocimiento. El año pasado entregó a sus miles y miles de lectores desperdigadas por todo el planeta Historia de la fealdad. En Italia se encargó de la edición Bompiani, “su” editorial de siempre y en todo momento, y generó un libro que por su cautelosa edición y sus magníficas ilustraciones era un precioso “objeto”. En España Lumen, editora de Historia de la belleza  –texto gemelo del que nos ocupa- y de otras muchas obras de Eco, ha efectuado asimismo un trabajo de calidad infrecuente.

Historia de la fealdad se articula en 15 episodios que recorren la historia occidental desde la civilización griega. Dicho recorrido histórico se sosten a la variada tipología de la fealdad. De esta manera un planeta de horrores queda fijado a lo largo del texto tal y como si fuesen insectos clavados en una vieja pared



Medievalista, pensador, semiótico, crítico literario, prosista y, sobre todas las cosas, entre las cabezas mejor amuebladas de Europa, Eco –supuestamente un acrónimo de ex- caelis oblatus  (un regalo del cielo)- brincó a la fama mundial con la publicación en mil novecientos ochenta de El nombre de la rosa, una novela con una emocionante combinación de misterio, análisis bíblico, sabiduría medieval y teoría literaria que fue llevada al cine con Sean Connery de protagonista. Transformado en estrella mediática, la recepción en España de su obra ha sido dispar, en parte debido a que su trabajo académico en la Universidad de Bolonia ha estado muy marcado por la semiótica. Bien es verdad que en mayo de dos mil fue premiado con el Premio Príncipe de Asturias.

Para entrar en Historia de la fealdad en preciso advertir al lector que está frente a una derivada, soberbia eso sí, de Historia de la belleza. Algo que teniendo presente que la escritura de Eco es muy rizómatica -vuelve sobre sus temas- no puede extrañar. En dos mil cuatro ve la luz el texto dedicado a lo precioso y su éxito es inmediato y también internacional. Las 2 ideas básicas que cruzan los dos libros las hallamos ya en Obra abierta (mil novecientos sesenta y dos) y en Apocalipticos y también integrados (mil novecientos sesenta y cuatro). Por una parte, estimar que toda expresión artística y sus coherentes manifestaciones culturales, sean las que sean, deben comprenderse en un marco histórico; y seguidamente, meditar que es preciso un procedimiento de análisis único, basado en la teoría semiótica, que deje interpretar cualquier fenómeno cultural como un acto de comunicación regido por códigos. Si bien Eco coincide en tiempo y espacio con la tremenda presión que en las universidades europeas supuso el estructuralismo de Claude Lévi-Strauss, Roman Jacobson y Ferdinand de Saussure, no cedió a la tesis conforme la que el significado es un producto de la estructura. Vio con acierto que el lector interpreta un texto desde marcos de significado en los que la intencionalidad del sujeto no puede ser obviada.

Esta vibrante historia de horror y menosprecio por lo feo está enriquecida por el suntuoso tratamiento de las numerosas ilustraciones tomadas de la historia del arte y por la selección de textos provenientes de los autores más significados en el tratamiento de la fealdad

Historia de la fealdad fue presentada por el propio Eco en la pasada Feria de Francfort. Las crónicas afirman que llegó al stand de Bompiani con su sempiterno puro, apagado por el hecho de que las reglas allá son muy estrictas, y sin dejar que le retratasen la faz de cerca; soltó que su editor, a la vista del éxito de Historia de la belleza, le había pedido la otra cara de la moneda, la Historia de la fealdad. Realmente, a pesar de que Eco ha estado siempre y en toda circunstancia atentísimo a los aspectos económicos derivados de su trabajo, la suya fue una resolución atinada por el hecho de que desde determinado punto de vista intelectual lo feo tiene más interés que lo hermoso y es al tiempo un territorio menos explorado en el que se entrecruzan con mayor sutileza los criterios de cada temporada, los de cada sociedad y las ideas estéticas de la representación de la fealdad.

La arquitectura de Historia de la fealdad es un calco de Historia de la belleza. Aun el capítulo quinto de este último libro, “La belleza de los monstruos”, forma una adelantada reflexión en torno a lo feo. Historia de la fealdad se articula en 15 episodios que recorren la historia occidental desde la civilización griega. Dicho recorrido histórico se sosten a la variada tipología de la fealdad. De esta forma un planeta de horrores queda fijado a lo largo del texto tal y como si fuesen insectos clavados en una vieja pared. Prodigios y monstruos, el averno y las metamorfosis del demonio se entrecruzan con el triunfo de la muerte, la caricaturiza, el satanismo, lo siniestro y la fealdad industrial para terminar en la fealdad del planeta actual vista por medio de lo kitsch, lo camp, el punk y el piercing que tanto recuerda los cuadros de El Bosco. Esta vibrante historia de horror y menosprecio por lo feo está enriquecida por el suntuoso tratamiento de las numerosas ilustraciones tomadas de la historia del arte y por la selección de textos provenientes de los autores más significados en el tratamiento de la fealdad.



Si en Historia de la belleza los textos de Umberto Eco se entreveraban con los de Girolamo de Michele, en esta entrega la autoría está compartida con un conjunto de personas puesto a su predisposición por Bompiani. Así, el texto propiamente dicho de Eco se reduce a las entradas de los diferentes episodios que, como hemos señalado, se complementan con ilustraciones y los textos elegidos. Con ello, se conforma la tesis central de este volumen: que la fealdad se edifica atendiendo no ya a criterios estéticos sino más bien a consideraciones políticas y sociales enmarcadas en instantes históricos específicos. En este sentido, Eco asevera que la relación entre lo normal y lo monstruoso puede invertirse dependiendo del espectador. Aspecto este más que incierto, por el hecho de que como exactamente el mismo autor escribe en la introducción, lo feo es homónimo de repelente, horrible, repulsivo, desapacible, ridículo, despreciable, aborrecible, indecente, repulsivo, sucio, indecente, horripilante, enojoso, indecente, irregular o bien demacrado. Y todo ello no es tan simple de mudar ni a nivel personal ni en el imaginario colectivo.

Durante los siglos, pensadores y artistas han ido dando definiciones de lo precioso, y merced a sus testimonios se ha podido reconstruir una historia de las ideas estéticas por medio de los tiempos. No ha ocurrido lo mismo con lo feo, que prácticamente siempre y en toda circunstancia se ha definido por oposición a lo hermoso y a lo que prácticamente jamás se han dedicado estudios extensos, sino alusiones parentéticas y marginales. Por ende, si la historia de la belleza puede valerse de una extensa serie de testimonios teóricos (de los que puede deducirse el gusto de una temporada determinada), la historia de la fealdad en general va a deber ir a buscar los documentos en las representaciones visuales o bien verbales de cosas o bien personas consideradas en cierta forma "feas". 

Sin embargo, la historia de la fealdad tiene ciertos rasgos en común con la historia de la belleza. Ante todo, solo podemos suponer que los gustos de las personas corrientes se correspondiesen de alguna forma con los gustos de los artistas de su temporada. Si un visitante llegado del espacio asistiera a una galería de arte moderno, viese semblantes femeninos pintados por Picasso y oyese que los visitantes los consideran "hermosos", podría pensar equivocadamente que en la realidad cotidiana los hombres de nuestro tiempo consideran hermosas y deseables a las criaturas femeninas con un semblante afín al representado por el pintor. Sin embargo, el visitante del espacio podría corregir su opinión acudiendo a un desfile de tendencia o bien a un concurso de Miss Cosmos, donde vería festejados otros modelos de belleza. A nosotros, en cambio, no nos resulta posible; al visitar temporadas ya recónditas, no podemos hacer ninguna comprobación, ni con relación a lo hermoso ni con relación a lo feo, en tanto que solo preservamos testimonios artísticos de aquellas temporadas. Otra característica común a la historia de la fealdad y a la belleza es que hay que limitarse a registrar las contrariedades de estos 2 valores en la civilización occidental. En el caso de las civilizaciones anticuadas y de los pueblos llamados primitivos, disponemos de restos artísticos mas no de textos teóricos que nos señalen si estaban destinados a provocar placer estético, terror sagrado o bien hilaridad. 

A un occidental, una máscara ritual africana le parecería horripilante, al tiempo que para el nativo podría representar una divinidad benevolente. Por contra, al seguidor de una religión no occidental le podría parecer desapacible la imagen de un Cristo fustigado, ensangrentado y humillado, cuya aparente fealdad anatómico inspiraría simpatía y emoción a un cristiano. En el caso de otras etnias, ricas en textos poéticos y filosóficos (como, por servirnos de un ejemplo, la india, la nipona o bien la china), vemos imágenes y formas mas, al traducir textos literarios o bien filosóficos, prácticamente siempre y en toda circunstancia resulta bien difícil establecer hasta qué punto algunos conceptos pueden ser reconocibles con los nuestros, si bien la tradición nos ha inducido a traducirlos a términos occidentales como "hermoso" o bien "feo". Y si bien se tomaran en consideración las traducciones, no bastaría saber que en una cultura determinada se considera hermosa una cosa dotada, por poner un ejemplo, de proporción y armonía. ¿Qué es lo que significan, realmente, estos 2 términos? Su sentido asimismo ha alterado durante la historia occidental. Solo equiparando aseveraciones teóricas con un cuadro o bien una construcción arquitectónica de la temporada nos percatamos de que lo que se consideraba proporcionado en un siglo ya no lo era en el otro; en el momento en que un pensador medieval charlaba de proporción, por servirnos de un ejemplo, pensaba en las dimensiones y en la manera de una catedral gótica, al paso que un teorético renacentista pensaba en un templo del siglo XVI, cuyas partes estaban reguladas por la sección áurea, y a los renacentistas les parecían salvajes y, justamente, "góticas", las des de las catedrales. 

Los conceptos de precioso y de feo están con relación a los diferentes periodos históricos o bien las diferentes etnias y, citando a Jenófanes de Conclusión (conforme Clemente de Alejandría, Stromata , V, ciento diez), "si los bueyes, los caballos y los leones tuvieran manos, o bien pudieran dibujar con las manos, y hacer obras como las que hacen los hombres, semejantes a los caballos el caballo representaría a los dioses, y semejantes a los bueyes, el buey, y les darían cuerpos como los que tiene cada uno de ellos de ellos". 



En la Edad Media, Giacomo da Vitri ( Libro duo, quorum prior Orientalis, sive Hierosolymitanae, alter Occidentalis historiae ), al encomiar la belleza de toda la obra divina, aceptaba que "seguramente los cíclopes, que tienen un solo ojo, se sorprenden de los que tienen 2, como  nos fascinamos de aquellas criaturas con 3 ojos Consideramos feos a los etiopes negros, mas para ellos el más negro es el más precioso". Siglos después, se va a hacer eco Voltaire (en el Diccionario filosófico ): "Preguntad a un sapo qué es la belleza, el ideal de lo hermoso, lo to kalòn . Os responderá que la belleza la encarna la hembra de su especie, con sus preciosos ojos redondos que destacan de su pequeña cabeza, boca ancha y aplastada, vientre amarillo y reverso obscuro. Preguntad a un negro de Guinea: para él la belleza consiste en la piel negra y olegiaginosa, los ojos hundidos, la nariz desnarigada. Preguntádselo al diablo: os afirmará que la belleza consiste en dos cuernos, 4 garras y una cola". 

Hegel, en su Estética , observa que "ocurre que, si no todo marido a su mujer, cuando menos todo novio halla preciosa, y bella de una forma exclusiva, a su novia; y si el gusto subjetivo por esta belleza no tiene ninguna regla fija, se puede estimar una suerte para las dos partes Se oye decir con mucha frecuencia que una belleza europea disgustaría a un chino o bien hasta a un hotentote, pues el chino tiene un término de la belleza absolutamente diferente al del negro Y efectivamente, si consideramos las obras de arte de esos pueblos no europeos, por servirnos de un ejemplo las imágenes de sus dioses, que han surgido de su fantasía dignas de adoración y excelentes, a nosotros nos pueden parecer los ídolos más monstruosos, de igual modo que su música puede resultar sumamente despreciable a nuestros oídos. Por su parte, esos pueblos considerarán insignificantes o bien feas nuestras estatuas, pinturas y músicas".

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